Aunque nos formemos durante años, acumulemos experiencia y tengamos las mejores intenciones, hay momentos en los que, como terapeutas, simplemente no encontramos cómo avanzar con un paciente. Pero, ¿por qué ocurre esto?
Todos tenemos puntos ciegos, esos detalles que, por más que intentemos, se nos escapan. Tal vez estás tan inmerso en una hipótesis sobre el caso que no ves otra posibilidad, o puede que las emociones del paciente estén activando algo en ti, y eso te impida actuar con claridad.
"Es como tratar de conducir por un camino lleno de niebla sin GPS: avanzas, pero no sabes si vas en la dirección correcta."
Hay pacientes que, aunque buscan ayuda, parecen resistirse al cambio. Puede que digan las cosas correctas en sesión pero luego no las apliquen, o que sus miedos sean tan fuertes que frenen cualquier intento de progreso. Esto puede ser frustrante y hacer que te preguntes si realmente estás marcando la diferencia.
El peso de trabajar con múltiples casos complejos a la vez puede pasarte factura. La acumulación de historias difíciles puede bloquear tu creatividad y limitar tu capacidad de análisis, dejándote sin energía para pensar fuera de la caja.
A veces, lo que ha funcionado perfectamente con otros pacientes no parece surtir efecto aquí. Es como intentar abrir una cerradura con la llave equivocada: puedes insistir todo lo que quieras, pero no va a girar.
Con el tiempo, es fácil caer en patrones repetitivos. Tal vez aplicas una técnica que dominas porque te resulta cómoda, aunque no sea lo más adecuado para ese caso en particular. La falta de una perspectiva fresca puede hacer que te quedes atrapado en una especie de “zona de confort profesional”.
Puede que no siempre sea evidente que estás atascado con un caso. Al fin y al cabo, los terapeutas somos buenos justificando nuestras decisiones (¡y nuestras dudas!). Sin embargo, hay señales bastante claras que indican que podrías beneficiarte de una supervisión. ¿Te identificas con alguna de estas?
Si te descubres rumiando sobre un paciente camino a casa, mientras cenas o incluso antes de dormir, es una señal de que este caso está ocupando más espacio mental del que debería. Tal vez estás buscando "esa" solución mágica que desbloquee la situación, pero por más que lo piensas, sigues sin encontrarla.
¿Te has preguntado últimamente si estás a la altura? Ese sentimiento de “¿lo estoy haciendo bien?” es más común de lo que crees. No significa que no seas un buen terapeuta, sino que te vendría bien una nueva perspectiva para reforzar tu confianza.
¿Te incomoda tocar ciertos temas con el paciente porque no sabes cómo manejarlos? ¿Cambias de tema cuando surge algo especialmente desafiante? Evitar situaciones incómodas es una señal clara de que necesitas apoyo para enfrentarlas.
"Si sientes que estás jugando a la defensiva en lugar de avanzar con el caso, probablemente sea momento de buscar supervisión."
Has probado todas las herramientas de tu caja, y el paciente sigue en el mismo lugar. Esto puede ser frustrante, pero también es una señal de que no es cuestión de trabajar más duro, sino más inteligente.
Cuando un caso comienza a tocarte más de la cuenta —ya sea porque te frustra, te duele o te recuerda algo personal—, es hora de reflexionar sobre cómo manejar tus emociones en el proceso. Un supervisor puede ayudarte a separar lo personal de lo profesional y mantener el foco en el paciente.
Mini ejercicio :
Dicen que dos cabezas piensan mejor que una, y en el mundo de la terapia, tener una segunda mirada sobre un caso no solo es útil, es transformador. La supervisión no es solo un “chequeo técnico”; es una oportunidad para desbloquear perspectivas, renovar estrategias y, sobre todo, reconectar con lo que te hace amar esta profesión.
Tal vez hay un patrón en el paciente que no logras descifrar o una dinámica relacional que no estás viendo. Un supervisor experimentado puede detectar en minutos lo que llevas semanas intentando descifrar.
¿Y si el problema no es el caso, sino el enfoque que estás usando? La supervisión te ofrece la oportunidad de analizar qué herramientas estás utilizando y, si es necesario, cambiar de rumbo. Es como cuando estás perdido en una ruta y alguien te sugiere un atajo que ni siquiera habías considerado.
Un caso complicado no solo consume tu energía profesional, sino también tu energía emocional. Hablar de ello en supervisión te permite procesar lo que sientes, soltar la frustración y volver a tu mejor versión como terapeuta. Porque sí, hasta los terapeutas necesitan un espacio para ventilar.
Cada supervisión es una pequeña masterclass. No solo encuentras soluciones para el caso actual, sino que aprendes herramientas y perspectivas que puedes aplicar en futuros pacientes. En otras palabras, supervisar un caso difícil hoy puede convertirte en un mejor terapeuta mañana.
La supervisión no es solo un lujo profesional; es una herramienta esencial que puede marcar la diferencia entre sentirte atascado y avanzar con confianza. Aquí te dejamos algunos de los beneficios más palpables que puedes obtener al contar con supervisión en esos casos que te quitan el sueño:
Cuando estás en medio de un caso complicado, es fácil perder el norte. Un supervisor puede ayudarte a establecer metas claras, replantear el plan de intervención y priorizar qué es realmente importante para desbloquear la situación.
"Es como tener un mapa actualizado cuando tu GPS interno está recalculando."
A veces, los problemas en el caso no están en las técnicas, sino en la relación con el paciente. La supervisión puede ayudarte a identificar rupturas en la alianza terapéutica y darte herramientas para repararla, algo esencial para cualquier proceso efectivo.
Lo que funciona para un paciente no necesariamente funcionará para otro. La supervisión te permite ajustar tu enfoque a las necesidades específicas de ese caso, encontrando estrategias creativas que quizá no habías considerado antes.
Un caso complicado puede hacer tambalear tu seguridad como terapeuta. La supervisión no solo te da herramientas prácticas, sino también un recordatorio de que todos enfrentamos desafíos y que buscar ayuda no es una debilidad, sino una muestra de compromiso con tu trabajo.
No subestimes el poder de compartir tus preocupaciones con alguien que entiende perfectamente tu posición. La supervisión te ayuda a procesar el estrés emocional, reducir la sensación de aislamiento y evitar que un caso complicado termine afectando tu bienestar general.
Un cambio que se nota:
Terapeutas que integran supervisión en su práctica reportan sentirse más seguros, menos abrumados y con una mayor capacidad para enfrentar retos futuros. Y lo mejor es que esto también se refleja en los resultados de sus pacientes.