A ver, ¿cuántas veces has pensado “¿por qué me pasa esto a mí?” o “¿qué he hecho yo para merecer tanta ansiedad?”? Es normal, cuando estamos en medio de un torbellino de nervios y pensamientos constantes, que nos sintamos únicos en nuestro sufrimiento. Pero, ojo, ¡que esto le pasa a mucha gente! La ansiedad es un fenómeno de lucha, y no un problema que te haya tocado en una tómbola de mala suerte. Hoy te explico por qué la ansiedad no es culpa tuya, cómo se inicia y qué podemos hacer para darle la vuelta.
Primero, lo importante: la ansiedad no te define. Esto no es un “fallo de fábrica” ni un defecto de carácter. La ansiedad surge, principalmente, porque luchamos constantemente contra aquello que nos incomoda o asusta. Y adivina qué… entre más intentamos huir o controlar esas sensaciones incómodas, más fuerza ganan. ¿Alguna vez has intentado dejar de pensar en un elefante rosa? ¡Exacto! El elefante se vuelve protagonista absoluto.
Entonces, si estás pensando que “la ansiedad es mi cruz”, respira. Es tu mente en modo “guerrero” intentando protegerte de posibles peligros (aunque la mayoría sean hipotéticos). Todos tenemos esta tendencia en mayor o menor medida, pero algunos de nosotros nos convertimos en “maestros de la preocupación” sin darnos cuenta.
La ansiedad no aparece de la nada. Existen factores que pueden predisponer a algunas personas a sentirla de manera más intensa.
Estudios muestran que, además de nuestra propia biología, la infancia y las experiencias tempranas tienen mucho que ver. Por ejemplo, crecer en un ambiente donde el estrés es constante, donde hay mucha presión o donde las emociones no se expresan fácilmente puede moldear un cerebro más sensible al miedo.
Por ejemplo, crecer en un ambiente sobreprotector puede parecer ideal, ya que a simple vista evita riesgos. Pero en realidad, cuando de pequeños no tenemos la oportunidad de aprender a gestionar las pequeñas frustraciones o el estrés, de adultos podemos desarrollar una mayor sensibilidad al miedo y a las emociones negativas. Básicamente, sin “práctica” para manejar desafíos, la ansiedad encuentra terreno fértil.
Otro factor clave es la impredecibilidad en el entorno. Algunos estudios (como el de Zvolensky et al., 2005) muestran que crecer en un contexto donde las reglas cambian constantemente, o donde las figuras de referencia son inconsistentes en sus emociones o respuestas, aumenta el riesgo de desarrollar ansiedad. Esta falta de estabilidad genera una tendencia a “esperar lo peor” y a hiperalertarse para anticiparse a cualquier amenaza.
Además, en un mundo hiperconectado, lleno de noticias y notificaciones que parecen pedir nuestra atención todo el tiempo, es fácil que se disparen los niveles de estrés. Sumados a esta predisposición genética, los ambientes sobreprotectores o impredecibles pueden hacer que algunos de nosotros entrenemos nuestro cerebro, casi sin querer, en el “arte de la preocupación”.
Normalmente, la ansiedad comienza con una pequeña chispa: una preocupación, una duda o una sensación física que nos resulta incómoda. Y, en lugar de dejarla pasar, nuestra mente se pone en modo detective. Comienza la rumia persistente (“¿por qué siento esto?”, “¿y si es algo grave?”) y, si a eso le sumamos la tendencia al control, estamos en el inicio del ciclo perfecto para que la ansiedad se instale.
Ejemplo práctico: imagina que un día sientes un leve mareo. Lo más probable es que, en lugar de pensar que simplemente es cansancio, empieces a darle vueltas: “¿me pasará algo? ¿y si es el corazón?”. Con el tiempo, este intento de analizar y controlar se convierte en un “control constante” de todas las sensaciones físicas y pensamientos. El problema es que, cuanto más control intentas, más notas todo, y tu cuerpo responde generando aún más síntomas.
Si estás pasando por esto, ya sabes que la ansiedad es agotadora y se mete en todos los aspectos de la vida. Para quienes la viven, el día a día puede volverse un reto: desde el trabajo hasta la vida social, pasando por las relaciones personales. Y como es tan abrumadora, muchos comienzan a dudar de los tratamientos y soluciones; después de todo, ¿cómo confiar cuando parece que nadie entiende exactamente cómo te sientes?
Pero la realidad es que, con una orientación profesional adecuada, puedes aprender a desactivar esas barreras que te mantienen atrapado en el ciclo de la ansiedad. No se trata de “eliminar” la ansiedad, sino de reducir su impacto hasta el punto de que, en lugar de controlarte, seas tú quien tome las riendas. Con las herramientas adecuadas, puedes dejar de sentirte prisionero de tus pensamientos y vivir de una manera mucho más libre y plena, sin miedo a los episodios de ansiedad.
La clave para manejar la ansiedad no es pelear contra ella, sino aprender a relacionarnos de manera diferente con estas sensaciones. Y aquí va la buena noticia: no necesitas “eliminar” la ansiedad. De hecho, es un estado natural que forma parte de nuestra vida y de nuestro sistema de alerta, y es la forma en que reaccionamos ante ella la que marca la diferencia.
Por ejemplo, cuando surge esa incómoda sensación de preocupación y miedo, es común que intentemos escapar: dejamos de ir a ciertos lugares, evitamos situaciones o tratamos de controlar todo a nuestro alrededor. A corto plazo, parece que esto funciona, pero en el fondo, solo estamos enseñándole a la ansiedad que tiene razón en ser tan alarmista. Así, la ansiedad se vuelve cada vez más fuerte y frecuente.
La primera lección es tomar conciencia de estas estrategias de evitación y ver cómo, en lugar de protegernos, están reforzando el ciclo de ansiedad. Lo que aprendemos aquí es que enfrentar nuestras emociones con valentía, aunque al principio parezca incómodo, es el primer paso para dejar de alimentar a la ansiedad.
Aquí es donde empiezas a practicar una habilidad esencial para mejorar tu relación con la ansiedad: observarla sin dejarte arrastrar por ella. Puede sonar un poco raro al principio, pero en realidad, es como aprender a ver a la ansiedad desde una nueva perspectiva, sin darle el poder de manejar cada aspecto de tu vida.
Mediante técnicas de mindfulness, puedes aprender a observar esos pensamientos y sensaciones incómodas como si fueran nubes pasajeras. En lugar de reaccionar con miedo o tratar de eliminarlas, las ves tal cual son: pensamientos y emociones que vienen y van. Este cambio de perspectiva hace que la ansiedad pierda intensidad, porque ya no estás luchando constantemente contra ella.
Es como aprender a ser un “observador tranquilo” de tu propia mente. En lugar de sentir que estás atrapado en el torbellino de tus pensamientos, empiezas a ver que tienes la opción de no subirte a esa montaña rusa emocional cada vez que surge el miedo o la preocupación.
Este último paso es quizás el más emocionante y gratificante: reconectar con aquello que realmente importa en tu vida y dar pasos concretos para construir esa mejor versión de ti mismo. Porque al final, la ansiedad es solo una pequeña parte de todo lo que eres. Es momento de volver a enfocarte en tus valores y metas, y retomar aquellas actividades, relaciones y proyectos que te hacen sentir pleno y realizado.
Aquí, la ansiedad no es el enemigo, sino una emoción que simplemente puede estar presente mientras tú sigues adelante con tus objetivos. Es como si aprendieras a llevarla contigo, sin que te detenga.
Este paso te invita a reconectar con lo que realmente valoras y comenzar a actuar en consecuencia, dejando de lado el miedo y recordando que puedes construir una vida rica y significativa, aun cuando la ansiedad intente de vez en cuando hacer acto de presencia.
Con estos tres movimientos, puedes transformar tu relación con la ansiedad, pasando de una batalla constante a una convivencia pacífica donde tienes espacio para disfrutar de la vida y crecer hacia lo que quieres ser.
La ansiedad puede ser como un invitado incómodo que llega sin avisar, pero con un cambio en la forma de relacionarnos con ella, podemos aprender a convivir con este visitante sin que tome el control de nuestra vida. Si te identificas con lo que acabas de leer y sientes que la ansiedad te está limitando, no dudes en buscar apoyo profesional.
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