Relación terapéutica
La relación entre terapeuta y cliente como un catalizador crucial para el cambio ha sido discutida a través de la historia de la psicoterapia. Al mismo tiempo que las investigaciones revelan una conexión entre factores relacionales y resultados de tratamiento en un amplio rango de psicoterapias (FlÑuckiger, Del Re, Wampold, Symonds, & Horvath, 2011), la discusión ha sido polarizada a menudo, con la así llamada alianza terapéutica enfrentada contra un foco en técnicas especificas (Norcross & Lampert, 2011). Desde un punto de vista conductista, esta es una polarización remarcable. Cómo la alianza terapéutica se desarrolla entre cliente y terapeuta debe depender razonablemente en cómo los dos actúan para con el otro, y en cómo son capaces de interactuar. También sabemos que la colaboración establecida en metas de tratamiento afecta el resultado terapéutico (Tyron & Winograd, 2011). En otras palabras, el asegurarse de que una colaboración y alianza óptimas son creadas en el diálogo terapéutico, es parte del trabajo de la terapeuta.
En la misma manera como se ha descrito bajo el principio de motivación, diferentes modelos terapéuticos en la tradición del basarse en la evidencia ponen el acento, en diferentes grados, en la relación como una precondición para el tratamiento y como el mismo enfoque de trabajo de cambio. En años recientes, se ha prestado especial atención a la interacción entre cliente y terapeuta en modelos como DBT, ACT, y la psicoterapia analítica funcional (FAP) (Kohlenberg & Tsai, 1991). Probablemente no sea coincidencia que todos estos modelos son aplicaciones directas de principios básicos analíticos del comportamiento. Estos puntos de partida conducen inevitablemente a lo siguiente: la única cosa a la que la terapeuta tiene acceso directo respecto al problema de su cliente es cómo ellos se pueden manifestar en su interacción mientras se reúnen – todo lo demás son informes indirectos por parte del cliente (o posiblemente una tercera persona). La única influencia directa que el terapeuta puede tener se ve también limitada a las ocasiones en las cuales ella, de hecho, se encuentra con su cliente. El encuentro entre cliente y terapeuta y la interacción que establecen es, por lo tanto, crítica. O, por ponerlo de otra manera, podemos decir que la terapia tiene dos escenas (Ramnerö & Törneke, 2008). La primera es cuando el cliente y la terapeuta se reúnen, y donde el proceso de tratamiento en si tiene lugar. La segunda escena es la vida del cliente fuera de esta primera escena, donde el cliente desea un cambio. La terapeuta tiene acceso sólo a la primera escena, para intervención directa. La segunda escena es algo sobre lo que ella sólo puede hablar. Así como la experiencia terapéutica de la primera escena puede ser generalizada para la segunda (la vida del cliente) es por lo tanto una cuestión clave para toda la psicoterapia.
Los modelos de tratamiento que no tienen este trasfondo conductista también ponen énfasis en la interacción de la “primera escena” y abogan por intervenciones terapéuticas orientadas de acuerdo con ello (Safran & Segal, 1990; Safran & Muran, 2000). Después de revistar una variedad de modelos en el campo CBT, es también obvio para mí que los modelos que no enfatizan específicamente la relación entre terapeuta y cliente como un área para intervención directa todavía usan esto en diferentes grados (Barlow, 2014). La relación específica entre terapeuta y cliente es también el territorio nativo de la terapia psicodinámica (Watchel, 2011).
Traducción del capítulo de Tõrneke:
Parte Dos: Las Metáforas como Herramientas Terapéuticas
Psicólogos en Salamanca