Conversaciones de ascensor y otras tragedias cotidianas | Psicólogos Salamanca

Conversaciones de ascensor y otras tragedias cotidianas | Psicólogos Salamanca

¿Tu vida parece una conversación de ascensor, breve, superficial y algo incómoda? Descubre cómo salir del piloto automático, reducir tu estrés y reconectar contigo. Psicólogos Salamanca.

Publicado el 27/04/2025 - POR ICOMPORTAMIENTO

—¿Qué tal todo?

—Aquí, tirando.

—Ya... yo también, haciendo lo que se puede.

(Y en el fondo del alma: “¿Y exactamente qué es lo que se puede…?”)

 

Si has tenido esta conversación en un ascensor, en la puerta del cole o en la pescadería del súper, que sepas: no estás solo. Este tipo de diálogo mínimo, cómodo y automático es una joya de la interacción social moderna. Breve, educado y superficial. Y, sin embargo, a poco que rasques, ahí debajo hay mundo.

 

Porque esas frases, que parecen inofensivas, nos revelan más de lo que decimos: muestran cómo muchas personas están sobreviviendo más que viviendo. Se levantan, llevan a los niños al colegio, gestionan el trabajo, hacen malabares con la pareja, compran detergente, hacen listas mentales de cosas pendientes... y contestan “tirando” cuando lo que querrían decir es “agotado”, “perdido” o “me cuesta respirar pero sigo, porque parar da miedo”.

 

Desde nuestra consulta de psicólogos en Salamanca, escuchamos a diario frases parecidas, envueltas en esa mezcla de resignación y humor con la que los humanos maquillamos el desasosiego. Y lo curioso es que casi siempre vienen acompañadas de una sensación de desconexión: “no sé qué me pasa”, “siento que estoy como flotando en mi vida”.

 

Este post es para ti si alguna vez te has sentido así. Si has respondido “todo bien” mientras por dentro tenías un nudo. Si alguna vez has sentido que tu día va por delante y tú solo intentas alcanzarlo. Vamos a observar esos pequeños diálogos de la vida cotidiana, no para dramatizarlos, sino para entender por qué, en medio del ritmo frenético, nos olvidamos de nosotros mismos.

 

Y tal vez, solo tal vez, hacer algo distinto con eso.

 



¿Por qué la vida cotidiana parece un guion repetido?

 

Seguro que te ha pasado: abres los ojos un lunes y, sin darte cuenta, ya es viernes. Y no sabes muy bien qué ha pasado entre medias. Solo sabes que estás más cansado, que la lista de pendientes ha crecido, y que tu café de la mañana empieza a parecer más un acto de supervivencia que un placer.

 

La vida moderna, especialmente en ciudades como Salamanca, donde el ritmo laboral, familiar y social no da tregua, nos empuja a funcionar en modo automático. Y este “modo avión” de la existencia tiene nombre en psicología: piloto automático o mindlessness. No lo inventamos para sonar modernos, eh, ¡que ya hay estudios serios que muestran cómo vivir en piloto automático incrementa el estrés crónico y reduce la satisfacción vital!* (Kabat-Zinn, 1990; Brown & Ryan, 2003).

 

Cuando tu cerebro se acostumbra a hacer sin pensar —responder correos, comprar tomates, poner lavadoras, atender llamadas, resolver discusiones domésticas en modo exprés—, tu vida empieza a parecer un guion ya escrito. Cada día se convierte en una copia del anterior, cada conversación una réplica de la anterior, y cada emoción... una versión diluida de lo que realmente sientes.

 

Desde nuestra experiencia como psicólogos en Salamanca, vemos cómo esta desconexión, en apariencia inocente, esconde pequeñas grietas emocionales que, si no se atienden, pueden transformarse en agotamiento emocional, frustración, ansiedad o esa sensación difusa de “no estoy donde querría estar, pero ni sé dónde querría estar”.

 

La buena noticia es que no es irreversible. El primer paso es darte cuenta de que no eres un espectador de tu vida, sino el protagonista. Y sí, aunque ahora mismo te sientas más como extra en una serie de relleno, te prometemos que hay formas de salir de ese bucle.

 

(Aunque puede que no impliquen solo cambiar de ascensor.)

 

 

Cuando la conversación banal revela un océano profundo

 

—¿Qué tal en casa?

—Bien, como siempre.

(Traducción simultánea para quien quiera escuchar: “Estoy sobreviviendo como puedo entre reuniones, mochilas escolares, discusiones sin resolver y el eterno dilema de qué cenar esta noche”.)

 

Estas conversaciones ligeras, que en apariencia no dicen nada, en realidad lo dicen todo. Bajo ese “bien” automático se esconden a menudo cansancio, incertidumbre, tristeza no reconocida o ansiedad normalizada. Y la normalización, aunque nos permita seguir adelante, también tiene su precio: el peso emocional se acumula sin que nos demos cuenta.

 

La ciencia nos echa una mano para entenderlo: estudios recientes (APA, 2022; Lazarus & Folkman, 1984) han demostrado que la acumulación de microestrés diario —esas pequeñas tensiones cotidianas que no gestionamos conscientemente— puede tener un impacto tan potente en nuestra salud mental como los grandes acontecimientos vitales. Pequeños “nada” que, sumados, terminan pesando como un “todo” difícil de cargar.

 

Como psicólogos en Salamanca, lo vemos cada día: personas que no han vivido grandes traumas, pero que sienten que algo dentro se deshilacha. No hay una catástrofe visible. Solo una acumulación silenciosa de pequeños desencantos, responsabilidades que no cesan, conversaciones sin profundidad, expectativas que no se cumplen... Y de repente, el cuerpo o la mente dicen basta: ansiedad, insomnio, sensación de estar flotando sin dirección.

 

Lo curioso es que muchas veces esa primera alarma no viene en forma de una crisis monumental. Viene justo ahí: en un "bien" dicho a medias, en un "aquí tirando", en un "haciendo lo que se puede".

 

Tal vez sea hora de escuchar esas pequeñas alarmas antes de que necesiten gritar.

 

 

¿En qué momento nuestra vida se convirtió en "ir tirando"?

 

Hubo un tiempo en que soñar era fácil. Quizá querías viajar, construir una familia, montar una cafetería bonita o simplemente tener una vida tranquila. Pero en algún punto entre las facturas, el grupo de WhatsApp del colegio, las reuniones infinitas y las eternas listas de “cosas que aún no he hecho”, los sueños se volvieron cosas que se posponen para el sábado que viene… o el siguiente.

 

Y así, poco a poco, se instala un lenguaje:


—¿Cómo vas?
—Pues tirando.
—¿Y tú?
—Tirando también.

 

No es solo cansancio. Es resignación vital. Esa sensación de que uno ha cambiado sus grandes planes por pequeños parches de supervivencia. De que el norte que tenías claro se ha desdibujado entre las obligaciones diarias y la falta de tiempo para mirarte de frente.

 

Desde la perspectiva de psicólogos en Salamanca, sabemos que cuando alguien empieza a “ir tirando” como estilo de vida, no es solo una frase hecha: es un síntoma. Estudios sobre bienestar subjetivo (Diener et al., 2006) muestran que vivir sin un sentido claro de dirección —incluso sin grandes dramas visibles— impacta negativamente en el estado de ánimo, la motivación y la conexión emocional con uno mismo.

 

No siempre se trata de estar en crisis abierta. A veces es algo más sutil: un cansancio que no se quita ni durmiendo diez horas, una falta de ilusión que no arregla un fin de semana de escapada. Como si cada día avanzáramos, sí, pero en automático, sin saber exactamente hacia dónde.

 

¿Y sabes qué? No es culpa tuya. La vida moderna, las presiones externas, las expectativas imposibles… todo empuja en esa dirección. Pero darte cuenta de que “ir tirando” no es el destino final, sino una señal, ya es empezar a cambiar el rumbo.

 

 

El coste psicológico de las pequeñas conversaciones vacías

 

Puede parecer exagerado, pero esas conversaciones de ascensor, esas respuestas de manual (“tirando”, “ya ves”, “lo que hay”) son como pequeñas grietas en una presa. Cada una, por sí sola, no parece grave. Pero si se acumulan día tras día, sin atención ni reparación, un buen día la presa no aguanta más.

 

La psicología lo explica claro: el estrés crónico no suele nacer de grandes catástrofes, sino de la suma de pequeñas desconexiones, insatisfacciones mínimas y tensiones sostenidas (Lupien et al., 2009). A nivel emocional, esas conversaciones vacías reflejan algo más preocupante: nos hemos desconectado de nosotros mismos y de los demás.

 

En consulta —y en la vida real aquí en Salamanca, donde todo parece más pausado pero el alma a veces corre igual que en Madrid— vemos cómo esta desconexión cotidiana tiene consecuencias:

 

 

La ciencia también señala que la falta de conexión emocional y la superficialidad relacional se asocian con mayor riesgo de ansiedad, depresión e incluso trastornos psicosomáticos (Cacioppo & Patrick, 2008).

 

Como psicólogos en Salamanca, sabemos que no necesitas un gran evento traumático para necesitar ayuda. A veces basta con reconocer que, en medio de tanta actividad y tanta conversación de ascensor, te has ido perdiendo un poco de ti mismo.

 

Y darte cuenta de eso no es una derrota: es un acto de valentía.

 



Recuperar la conversación perdida contigo mismo

 

La buena noticia es que, aunque ahora te sientas flotando entre el “ir tirando” y el “ya ves”, no estás condenado a seguir en ese modo de supervivencia emocional. La vida real —la que pesa, emociona y también ilusiona— sigue estando ahí. Solo que, entre tanto automático, puede que hayamos perdido un poco la llave de acceso.

 

¿La solución? No hace falta retirarse al Tíbet ni apuntarse a un retiro silencioso de 40 días (aunque si te apetece, adelante). A veces basta con empezar a responder de manera diferente a esas preguntas cotidianas.


No hace falta desnudarse emocionalmente en la frutería, claro, pero sí, al menos, ser más honestos contigo mismo:

 

—¿Cómo estás?
—Pues hoy, algo desbordado, pero tirando con humor.

—¿Qué tal todo?
—Cansado, la verdad, pero encontrando ratitos buenos.

 

Esa pequeña honestidad, tan mínima que casi ni se nota, abre una grieta en el muro del automatismo. Y por esa grieta, poco a poco, puede volver a entrar algo de vida.

 

Desde la experiencia como psicólogos en Salamanca, sabemos que recuperar esa conexión contigo mismo no solo reduce el estrés y la ansiedad (Keng et al., 2011), sino que también mejora tus relaciones, tu claridad mental y tu sentido de propósito. Porque la verdadera desconexión no es con tu pareja, ni con tu jefe, ni con tu grupo de amigos: es contigo.

 

Al final, no se trata de dar grandes discursos existenciales en cada ascensor. Se trata de atreverte a sentir. Aunque sea incómodo. Aunque sea raro al principio. Porque vivir sin preguntarte cómo estás es fácil, sí, pero vivir de verdad, con sentido y dirección, es otra historia. Y créeme, merece mucho la pena.

 



Un ascensor hacia la autenticidad

 

La próxima vez que estés en un ascensor, en la cola del supermercado o tomando un café rápido entre reuniones, quizás puedas probar a escuchar de verdad esas conversaciones automáticas. Y tal vez, con un pequeño gesto —un “pues hoy regular, pero sobreviviendo” o un “cansado, pero agradecido”— empieces a reconectar, no solo con quien te pregunta, sino sobre todo contigo mismo.

 

Porque no se trata de forzar grandes cambios dramáticos de un día para otro. Se trata de pequeñas decisiones conscientes que te devuelven poco a poco a tu propia vida. De recuperar tu voz, tus preguntas, tus emociones, incluso cuando todo alrededor siga empujándote hacia la velocidad y la desconexión.

 

Desde nuestro equipo de psicólogos en Salamanca, acompañamos cada día a personas que, como tú, en medio del ritmo loco de la vida moderna, han decidido parar un momento, escuchar lo que hay dentro, y empezar a reconstruir desde ahí. Sin prisa, sin juicio, y con mucha humanidad.

 

Porque a veces no hace falta cambiar de vida: hace falta volver a habitarla.

 

 

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