El miedo a ser juzgado en supervisión es más común de lo que parece. Incluso el terapeuta más experimentado puede sentir ese pequeño pinchazo de inseguridad antes de una sesión de supervisión. Pero, ¿de dónde viene este temor? ¿Y por qué parece ser tan universal en nuestra profesión?
Muchos terapeutas cargamos con la idea de que debemos hacerlo todo perfecto. Somos los "cuidadores emocionales", los que siempre deben tener las respuestas correctas y el enfoque adecuado. Entonces, enfrentarnos a un espacio donde se analizan nuestras decisiones puede activar esa vocecita interna que dice: “¿Y si lo he hecho mal? ¿Qué van a pensar de mí?”
El problema es que confundimos supervisión con evaluación. Nos imaginamos al supervisor como un juez, listo para señalar nuestros errores con un dedo acusador, cuando en realidad está ahí para ayudarnos a crecer.
Dato curioso: este miedo no solo afecta a los terapeutas. En muchos entornos profesionales, la evaluación se percibe como un juicio. Pero en supervisión, no se trata de tu valor como terapeuta, sino de mejorar juntos.
Ah, el famoso síndrome del impostor. Ese que susurra: "No eres tan bueno como crees. Tarde o temprano, alguien lo descubrirá." En supervisión, este temor se multiplica. Abrir un caso complicado o compartir una duda puede sentirse como exponer todas tus debilidades.
Sin embargo, aquí es donde necesitamos un cambio de perspectiva: reconocer límites o errores no te hace menos profesional; te hace humano. Y ser humano es parte del trato cuando trabajas con otros humanos.
Humor terapéutico: Piensa en tu supervisor como un copiloto en un vuelo. Si se te atasca el tren de aterrizaje, no está ahí para criticar tu manejo del avión, sino para asegurarse de que aterrices sin problemas.
Algunos terapeutas cargan con mochilas llenas de experiencias no tan positivas en supervisiones pasadas:
Estas experiencias dejan una huella y pueden hacer que el simple hecho de mencionar "supervisión" nos tense como una cuerda de violín.
Pero recuerda: no todos los supervisores son iguales, y muchos de nosotros trabajamos activamente para crear un entorno donde te sientas cómodo compartiendo sin miedo al juicio.
Finalmente, el temor al juicio tiene mucho que ver con nuestra propia narrativa interna. Si somos duros con nosotros mismos, es probable que proyectemos esa misma dureza en lo que creemos que el supervisor va a pensar. La ironía es que el supervisor, con suerte, ya ha pasado por esto y entiende perfectamente lo que sientes.
Una reflexión: Si como terapeutas animamos a nuestros pacientes a ser compasivos consigo mismos, ¿por qué no aplicamos esa misma compasión a nuestras experiencias de supervisión?
En resumen, el miedo a ser juzgado en supervisión no es más que una extensión de nuestras propias inseguridades y de las altas expectativas que tenemos de nosotros mismos. Reconocer este miedo es el primer paso para desactivarlo. Supervisión no es sinónimo de perfección; es una oportunidad para aprender, crecer y compartir, sabiendo que todos estamos en el mismo barco.
El temor a ser juzgados puede convertirse en un auténtico freno en el proceso de supervisión. Aunque este espacio está diseñado para ayudarte a crecer como terapeuta, ese miedo puede sabotear tu experiencia de varias maneras. Vamos a desglosarlo:
El miedo al juicio suele hacer que filtremos lo que compartimos en supervisión. Puede que prefieras exponer los casos en los que todo va bien, donde las intervenciones parecen "de manual", y dejes fuera aquellos en los que dudas o sientes que algo salió mal.
¿El resultado?
Ejemplo: Es como ir al médico con una pierna rota y decirle que solo te duele un poco la cabeza. No podrá ayudarte a sanar si no sabe dónde está realmente el problema.
Cuando el temor al juicio está presente, cualquier error se magnifica en tu mente. En lugar de ver un fallo como una oportunidad de aprendizaje, puedes sentirlo como un "defecto profesional". Esto no solo afecta a tu confianza, sino que también puede hacer que evites riesgos en tu práctica, incluso cuando esos riesgos podrían ser beneficiosos para tus pacientes.
Es como aprender a cocinar y no atreverte a usar especias por miedo a que la receta salga mal. Sin embargo, las mejores comidas (y las mejores sesiones) a veces nacen de la experimentación.
En casos más extremos, el miedo puede llevarte a evitar las supervisiones por completo. Y aunque pueda parecer una solución momentánea, en realidad solo amplifica el problema:
Reflexión: No hay terapeuta que tenga todas las respuestas o que nunca cometa errores. La supervisión está ahí para ayudarte a procesar esas dudas, no para juzgarte por tenerlas.
El temor al juicio puede hacer que experimentes cada sesión de supervisión como algo tenso y agotador. Ese estrés añadido no solo afecta tu rendimiento en la supervisión, sino también tu práctica clínica. Cuando estás emocionalmente sobrecargado, es difícil ser el terapeuta empático y atento que quieres ser para tus pacientes.
Dato importante: Una buena supervisión debería ser un espacio donde te sientas aliviado y respaldado, no más ansioso o inseguro. Si no es así, tal vez sea momento de replantearte tus expectativas o buscar un supervisor más alineado con tus necesidades.
Este miedo puede crear un bucle:
Romper este círculo implica un cambio de perspectiva: entender que supervisión no es un examen, sino un espacio para crecer y aprender sin miedo al error.
Si sientes que este miedo está afectando tu experiencia, aquí tienes un primer paso:
En resumen, el miedo al juicio puede reducir el impacto positivo de la supervisión, limitando tu aprendizaje, aumentando tu estrés y dificultando tu desarrollo como terapeuta. Pero al enfrentarlo y permitirte ser vulnerable, abres la puerta a un proceso de supervisión mucho más enriquecedor y significativo.
El miedo al juicio no necesita desaparecer para que puedas aprovechar al máximo una supervisión. La clave está en relacionarte de manera diferente con ese temor, de modo que no te limite ni defina tus acciones. Aquí tienes algunas estrategias prácticas para manejarlo desde la aceptación, la atención plena y tus valores:
La supervisión no es un juicio sobre ti como terapeuta, sino un espacio de aprendizaje compartido. El supervisor no está para evaluarte como persona, sino para acompañarte en tu desarrollo profesional.
Humor realista: En supervisión no eres un concursante de un reality de cocina, y tu supervisor no es Gordon Ramsay. Aquí nadie grita ni rompe platos.
En lugar de intentar eliminar el miedo antes de una supervisión, acepta que es una emoción natural que puede acompañarte sin detenerte. El simple hecho de acudir a supervisión ya es un acto valiente y coherente con tus valores.
Ejercicio breve: Cuando notes el miedo, respira profundamente tres veces, etiquétalo con amabilidad (“Ahí está mi miedo al juicio, es normal”) y vuelve a centrarte en el momento presente.
Uno de los mayores temores en supervisión es mostrar tus puntos ciegos o errores, pero ¿no es justamente eso lo que enriquece el proceso?
Mantra práctico: “No superviso para demostrar que sé, superviso para aprender.”
Dedicar unos minutos antes de la sesión para conectar contigo mismo puede marcar la diferencia.
Una supervisión efectiva se basa en una relación de confianza. Si sientes que el miedo te está frenando, compártelo con tu supervisor.
Recuerda que el objetivo de la supervisión no es demostrar que eres un terapeuta impecable, sino alinearte con tus valores de aprendizaje, mejora continua y compromiso con tus pacientes. Al final del día, lo que importa no es cómo te perciben, sino cómo usas lo aprendido para hacer tu práctica más rica y efectiva.
Reflexión final: Supervisar con miedo pero desde tus valores es mucho más valioso que evitar la supervisión por miedo al juicio. Porque el coraje no es la ausencia de miedo, sino actuar a pesar de él.
El miedo a ser juzgado en supervisión es una emoción común, pero no tiene por qué ser el protagonista de tu experiencia. Supervisar no es un examen ni una competición; es un espacio diseñado para apoyarte, ayudarte a crecer y, sobre todo, permitirte explorar cómo ser el terapeuta que quieres ser, sin la presión de ser perfecto.
Recuerda: no se trata de no sentir miedo, sino de aprender a convivir con él mientras actúas desde tus valores. Cada supervisión es una oportunidad de aprendizaje y un regalo para tus pacientes, porque al trabajar en ti mismo estás invirtiendo en su bienestar.
Reflexión final: "No necesitas ser un terapeuta perfecto; necesitas ser un terapeuta comprometido. Y ese compromiso empieza por abrirte al aprendizaje, incluso cuando sientas dudas o inseguridad."
¿Listo para transformar el miedo en aprendizaje? En nuestras supervisiones, te prometemos un espacio seguro, cálido y colaborativo, donde podrás explorar, cuestionar y crecer como profesional. Aquí no juzgamos; acompañamos.
👉 Reserva tu primera sesión y empieza a disfrutar del camino hacia una práctica más auténtica y segura. 😊